Su alma tallada en rojo paseaba
por mi firme lanza. Sus ojos eclipsaron y su alma, ahora desnuda, escapaba a
borbotones de su inerte cuerpo. El sol nos zambullía entre sus brazos,
otorgando ceguera y abrasando la piel de los presentes. Se podía percibir el miedo de aquellos que fueron
pagados por estar allí en el momento. Sus filos, practicaban un nervioso baile
desorganizado y sus escudos, se zarandeaban al mismo son. Los pensamientos de
aquellos miserables navegaban por el más aterrador infierno, abrumados por el
desastre del que iban a formar parte. Sumergidos en una marea de miedo y
arrepentimiento.
Tras atravesar el primer
objetivo, mi lanza ahora se regía desafiante hacia los acongojados, aquellos
bastardos que tiempo atrás alardeaban de valentía, mientras silenciaban
poblados indefensos bajo las órdenes y el pago de algún iluso, que gozaba en
sueños al creer poseer celeste sangre. Estaba allí en reclamo de la inocente
sangre derramada, acompañado por los hijos de los padres y madres asesinados,
con la intención de ofrecer a la tierra los cuerpos de los malnacidos que ya no
reían. Al finalizar el día, la luna podía contemplar el paraje bañado por la
sangre de los caídos. Ningún mal asolaría en un tiempo los pequeños pueblos de
la zona, a no ser que al rey Darío se le antojase dicho placer.
Yo permanecía en pié, mientras
mis ojos observaban un horizonte que sólo existía en mi mente. Sentía en un
segundo plano, los cantares de victoria procedentes de los vencedores del día,
a la vez que socavaban en mi interior los sollozos de los que lloraban la
muerte de sus valientes hermanos. Como una fría gota de agua que calaba sobre
mi piel.
-Esos
malnacidos han tenido su recompensa Nihil: Tierra y gusanos. Ven a celebrarlo -gritó
Gross mientras me sacudía con sus grandes brazos y sonreía bruscamente-. Ha
sido un día largo y hemos conseguido lo que queríamos.- dijo mientras se
retiraba a un pequeño grupo de hermanos.
Lo que no sabía es que, a pesar de que él
pudiera tocar mi cuerpo, mi mente se hallaba en un mundo paralelo, planeando el
que sería mi próximo paso. Imaginaba mi daga hundida en el cuerpo sollozante de
Darío, desplomado en la hierba del bosque mientras su sangre maquillaba el
lugar. Imaginaba con gran detalle la sorpresa de su última mirada, preguntándose
cómo un rey como él podría haber llegado a aquella situación, cómo un simple
hombre había llegado a matarlo. “Rey de todo, rey de nada” es lo que ansiaba
susurrarle mientras su vida se apagaba. Deseaba que la situación llegase, era
mi razón de ser. Deseaba su muerte por todas las aberraciones cometidas.
-
¡Nihil! - gritó Gross-. ¡Los Dioses están con nosotros!
-
Permíteme dudarlo compañero- no pude evitar mostrar asqueo al contestar.
-
No empieces a filosofar. Tenemos información de un bastardo malherido- el
asqueo de mi rostro tornó en sorpresa-. Un general de Darío visitará el gran
mercado de Micena durante las fiestas de Dionisio. ¿Partiremos al lugar?.
Me bastó responder con una
sonrisa, mientras observaba el camino por el que partiríamos al día siguiente.