Capítulo I. N




Su alma tallada en rojo paseaba por mi firme lanza. Sus ojos eclipsaron y su alma, ahora desnuda, escapaba a borbotones de su inerte cuerpo. El sol nos zambullía entre sus brazos, otorgando ceguera y abrasando la piel de los presentes. Se podía  percibir el miedo de aquellos que fueron pagados por estar allí en el momento. Sus filos, practicaban un nervioso baile desorganizado y sus escudos, se zarandeaban al mismo son. Los pensamientos de aquellos miserables navegaban por el más aterrador infierno, abrumados por el desastre del que iban a formar parte. Sumergidos en una marea de miedo y arrepentimiento.

Tras atravesar el primer objetivo, mi lanza ahora se regía desafiante hacia los acongojados, aquellos bastardos que tiempo atrás alardeaban de valentía, mientras silenciaban poblados indefensos bajo las órdenes y el pago de algún iluso, que gozaba en sueños al creer poseer celeste sangre. Estaba allí en reclamo de la inocente sangre derramada, acompañado por los hijos de los padres y madres asesinados, con la intención de ofrecer a la tierra los cuerpos de los malnacidos que ya no reían. Al finalizar el día, la luna podía contemplar el paraje bañado por la sangre de los caídos. Ningún mal asolaría en un tiempo los pequeños pueblos de la zona, a no ser que al rey Darío se le antojase dicho placer.

Yo permanecía en pié, mientras mis ojos observaban un horizonte que sólo existía en mi mente. Sentía en un segundo plano, los cantares de victoria procedentes de los vencedores del día, a la vez que socavaban en mi interior los sollozos de los que lloraban la muerte de sus valientes hermanos. Como una fría gota de agua que calaba sobre mi piel.
            -Esos malnacidos han tenido su recompensa Nihil: Tierra y gusanos. Ven a celebrarlo -gritó Gross mientras me sacudía con sus grandes brazos y sonreía bruscamente-. Ha sido un día largo y hemos conseguido lo que queríamos.- dijo mientras se retiraba a un pequeño grupo de hermanos.
 Lo que no sabía es que, a pesar de que él pudiera tocar mi cuerpo, mi mente se hallaba en un mundo paralelo, planeando el que sería mi próximo paso. Imaginaba mi daga hundida en el cuerpo sollozante de Darío, desplomado en la hierba del bosque mientras su sangre maquillaba el lugar. Imaginaba con gran detalle la sorpresa de su última mirada, preguntándose cómo un rey como él podría haber llegado a aquella situación, cómo un simple hombre había llegado a matarlo. “Rey de todo, rey de nada” es lo que ansiaba susurrarle mientras su vida se apagaba. Deseaba que la situación llegase, era mi razón de ser. Deseaba su muerte por todas las aberraciones cometidas.
            - ¡Nihil! - gritó Gross-. ¡Los Dioses están con nosotros!
            - Permíteme dudarlo compañero- no pude evitar mostrar asqueo al contestar.
            - No empieces a filosofar. Tenemos información de un bastardo malherido- el asqueo de mi rostro tornó en sorpresa-. Un general de Darío visitará el gran mercado de Micena durante las fiestas de Dionisio. ¿Partiremos al lugar?.
Me bastó responder con una sonrisa, mientras observaba el camino por el que partiríamos al día siguiente.