Capítulo IV. E



Llegó el día en el que mi corazón dejaría de latir, en el que el miedo vivía en mí como nunca antes lo había hecho, pues ahora tenía algo que perder. Podía perderla a Ella.
Así fue como, tras yacer con Ella por última vez, me despedí con lágrimas en mis ojos. Tilenia me suplicaba que no la abandonase, usó hasta el último medio para hacerme saber su incomprensión ante lo que iba a hacer, pues ya no lo necesitaba. Estaba en lo cierto.
Entre lágrimas y malestar partí mi camino para encontrarme con Gross y poder cumplir mi maldita palabra.

      

Gross y yo conseguimos llegar al lugar donde probablemente hallaríamos muerte. NO HABÍA NADA. El rostro de Gross, mi amigo de tiempos remotos, expresaba ahora desconcierto y humillación, la información que había obtenido era falsa. Yo, sin embargo, oculté mi alegría. Cinco días sin verla, cinco días de mi no-existencia. Era el momento de regresar a mi hogar, de escuchar el paso del río. De admirar su sonrisa.

      

Su mirada era diferente. Su rostro, extraño. Por más que lo tratase, no podía distinguir el significado que su mirada implicaba, nunca antes la había visto.
Tan solo un gesto: VEN A MÍ, ABRÁZAME-. Y mi cuerpo, sin dios ni amo, sin promesa ni juramento, obedeció. Percibía un olor familiar que me trasladaba a los finales de batallas ganadas, donde me encontraba rodeado por seres sin vida como piedras escarlata. Esto no impidió que acudiera a su encuentro. Me sentía atraído, como si un hilo rojizo me uniera a tal magnífico ser y tirase de mi cuerpo sin oposición. Su rebelde cabello ahora navegaba por mis dedos. El peso de su cabeza en mi hombro era un regalo digno de dioses. Me hallaba en el paraíso, en el estado más perfecto que hubiera sentido en vida. Era feliz y mi única preocupación era la consumación del momento. Ella me abrazaba delicadamente, entre el punto perfecto de fuerza y suavidad. Acarició mi mejilla derecha con sus finos dedos y, entonces, me miró. Las lágrimas comenzaban a caer muy lentamente por su rostro y yo no comprendía la situación. Sentí un impulso estremecer contra mi pecho. Mis dedos, sin orden alguna, dejaron escapar el cabello de aquella a la que amaba con todo mi ser. Mi garganta se ahogaba cada vez más y, poco a poco, mis piernas perdían el control. Caí al suelo mientras podía contemplar como flores carmesí brotaban de mi cuerpo. Al levantar la mirada, mi corazón se halló completamente roto. Su semblante,  construido por lágrimas y llanto, se encontraba tembloroso mientras me miraba y sollozaba. Sus preciosas manos estaban cubiertas por la sangre que emanaba de mi cuerpo, que fue perdiendo el color junto a todo lo que veía. Lentamente palidecía todo a mi alrededor. - Entelequia…
Todo se apagaba... Todo se convertía en Nada.